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Rendirse o vencer

  • Foto del escritor: Yelena Smarkutska
    Yelena Smarkutska
  • 20 feb 2020
  • 2 Min. de lectura

¿Alguna vez habéis oído hablar de la resiliencia? Según la definición psicológica es la capacidad de las personas para adaptarse de forma positiva a las situaciones adversas o superar circunstancias traumáticas. Mi padre no paraba de repetirnos que la perseverancia es la madre del éxito y a pesar de todas las caídas debemos levantarnos y seguir el camino. Y cierto es que los moretones terminaban por desaparecer y las rodillas raspadas por curarse tarde o temprano. Todos tenemos la capacidad de sobreponernos a una situación difícil pero el uso audaz y estratégico de la misma nos hace verdaderamente resilientes.

Una de las personas que más admiro por su resiliencia es sin duda mi hermano. Yo considero que tuvimos una infancia muy feliz pero no fácil. Pésima situación económica familiar, el entorno hostil al que uno se enfrenta todos los días o la calidad de educación eran unos de los infinitos factores que afectaban nuestra calidad de vida. Se puede decir que teníamos la típica relación de hermanos con sus riñas y reconciliaciones y aun así recuerdo lo unidos que estábamos y el apoyo mutuo. Mi hermano era un trasto, curiosamente el mismo que yo, pero me enseñó infinita paciencia y una capacidad increíble que tenia de hacerse el fuerte. Crecimos con la generación de nuestros padres y abuelos donde las comparaciones estaban a la orden del día y al pequeño le tocaba vivir a la sombra del hermano mayor. Doy gracias por la compresión del peque y no odiarme por oír la frase: podrías ser un poco más como tú hermana. Agradezco el tiempo que los padres invirtieron en nosotros, fue uno de los sustratos de nuestra salud psicológica para afrontar los traumas y contratiempos.

Una de las cosas más duras para mí fue ver como afectaba a mi hermano la separación y posterior divorcio de mis padres, sabiendo que yo me marchaba a España sin fecha de vuelta. Todo era un grito silencioso para llamar la atención: hacer novillos, malas compañías y hábitos, escapadas de casa… Tampoco ayudaban los juicios por custodia, y es que como explicas a un crío que su padre se marcha no porque haya dejado de quererle sino por las circunstancias de la vida, que si la atención y el tiempo invertido son mínimos es porque ellos también están pasándolo fatal.

Entre habladurías, gente entrometida y cero terapias pasaron 12 años. Cada vez que veo a mi hermano convertido en un hombre considerado, sensitivo, tolerante y perspicaz no puedo evitar sentirme orgullosa y afortunada de haber formado una diminuta parte de su crecimiento personal. Todavía me pregunto cómo es posible que haya salido tan bien parado, haya adquirido un nivel de inteligencia emocional elevado y sigue afrontando los retos con una facilidad admirable. Después de investigar un poco puedo aseguraros que no se trata de un optimismo ilusorio sino de una gran capacidad de resiliencia. Me gusta mucho el término arte de rehacerse usado para describir esta cualidad. Ojala más personas resilientes en nuestras vidas.

 
 
 

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